Llovía. Y mi estado era desastroso. Una vez más había caído en su trampa. Javier me había dicho de vernos, lo esperé creo que más de cuarenta mínutos, y las gotas empezaron a mojarme, y junto con las gotas mis ojos comenzaron a lagrimear. Me sentí una inútil. Peor que eso no podía estar, hasta se me había corrido el maquillaje. Me quedé inmóvil mirando hacia el piso un largo tiempo, alguien levantó mi mirada y lo vi. Lo vi sonriendo, con cara de ángel y mirada pícara. No, no era Javier. Era un príncipe encantado que venía a rescatarme. No me dijo nada, solo me dio la mano y empezamos a caminar bajo la lluvia. Creo que intenté acomodar mi cara, pasé mis manos por debajo de mis ojos y me reí, habían quedado negras del maquillaje, estaba con el chico más lindo del universo, caminando de la mano y aparentaba ser una ciruja. Por alguna razón Augusto no había hecho ninguna pregunta. Me habló de lo mucho que le gustaba caminar bajo la lluvia, que venía de ver a su abuela y que me encontró de pura casualidad, que le encantaba verme y que a pesar de mis fachas, de haber estado llorando por algo que él no sabía le parecía hermosa como el primer día que me vio. Me sonreí y a penas intenté contarle algo de lo que me había pasado me encontré dándole besos de telenovela, los besos de Marcos y Victoria en dulce amor eran insignificantes al lado de los besos que nos estábamos dando con Augusto. Realmente eran de novela y sentí que se habían movilizado todas las partículas de mi cuerpo. Ni los besos de Javier sabían así. Fuimos a merendar, lo primero que hice fue ir velózmente al baño, me vi y me sentí peor, intenté ponerme linda, les hablé a las chicas, les envié una foto llorosa y salí. Ahí estaba él. Parecía de mentira. Yo no entendía porqué estaba siempre tan sonriente. Sus labios felices iban de oreja a oreja y su mirada decía todo lo que querías escuchar. No hacía falta que diga nada, creo que me perdí más de una vez en su voz, en sus ojos mientras parloteaba. No puedo descubrir aún si en algún momento se dio cuenta de lo mucho que me dispersaba de la charla mirándolo. No podía dejar de observarlo. Era dulce, lindo y me hacía reír.
Después de haber charlado varias horas le dije que me tenía que ir y le agradecí. La lluvia no había sesado, pero caminé de nuevo con él felizmente hasta la remisería. Me besó y me fui. Seguí mirándolo por la ventanilla y lo observé por última vez. Me di vuelta, y mientras le indiqué la dirección al conductor, suspiré profundamente. Su aroma había quedado en mí, me sonreí.
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